Dorador, miembro de la Convención Constitucional, camina por un concurrido mercado en su ciudad natal, Antofagasta. “La constitución es la ley más importante del país”, le dice a un hombre que vende mangos.
El vendedor la escucha cortésmente.
Dorador, de 41 años, describe lo que está discutiendo la convención: derecho al agua, a la vivienda y la atención médica. Ella explica el cronograma: un proyecto de constitución para julio, seguido de una votación nacional.
Detrás de ella, un hombre grita el precio del maíz. Otro vende conejos. Una mujer se desahoga sobre su dolor de hombro. Algunos le dicen que no tienen tiempo.
Dorador se sintió atraída por los microorganismos que han sobrevivido durante millones de años en los salares. “Podemos aprender muchas cosas sobre el cambio climático estudiando los salares, porque ya son extremos”, dijo. “Puedes encontrar pistas del pasado y también pistas del futuro”.
Dorador está compitiendo por la presidencia de la convención. Ella quiere que la carta magna reconozca que “los seres humanos son parte de la naturaleza”. Reacciona cuando se le pregunta si la extracción de litio es necesaria para alejarse de la extracción de combustibles fósiles. Por supuesto, el mundo debería dejar de quemar petróleo y gas, dice, pero no ignorando los costos ecológicos que todavía no conocemos. “Alguien compra un carro eléctrico y se siente muy bien porque está salvando el planeta”, dice. “Al mismo tiempo, se daña todo un ecosistema. Es una gran paradoja”.
De hecho, las preguntas que esta convención intenta responder no solo se aplican a Chile. El resto del mundo se enfrenta al mismo problema al lidiar con el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, en medio de las crecientes desigualdades sociales: ¿la búsqueda de soluciones climáticas requiere reexaminar la relación de la humanidad con la naturaleza?